Por José L. González Estoy convencido que el machismo y el matriarcado, patrones familiares típicos de nuestra cultura, son tóxicos. Ellos constituyen la principal causa de la infelicidad conyugal que enferma a muchos de nuestros hogares, condenándolos a la disfuncionalidad familiar. Los hijos criados en tales hogares tienden a sufrir deformaciones emocionales (y espirituales) que no son evidentes sino hasta mucho después en su vida. En la escuela del hogar aprenden conceptos errados sobre el propósito y la conducta de la autoridad y del amor. En lugar del ser la evidencia de la protección amorosa de Dios, la autoridad está representada por el abuso arbitrario y egoísta del prójimo para la propia satisfacción. Y en lugar de ser el desprendimiento que da su vida por el bien de otro, el amor parece ser la manipulación egoísta de las emociones que genera codependencia y facilita el control. Nuestros hijos, víctimas inocentes de nuestra debilidad, aprenden de nosotros desde su más temprana infancia, no solo a hablar, sino también a pensar y a vivir, para daño suyo y desmedro de la siguiente generación. A su vez, estos patrones, inculcados por el trato, el ejemplo y la instrucción de los adultos desde que nacen, son el reflejo de la cosmovisión semi-pagana de nuestra cultura, que enseña, justifica y refuerza el abuso y el engaño. Porque, desde hace siglos entronamos y acariciamos “ídolos” culturales, tales como una falsa hombría y una maternidad manipuladora, despreciando la clara enseñanza bíblica del amor al prójimo. Esto es lo que a mi juicio nos hace gente “de doble ánimo”, acostumbrados a vivir bajo un doble estándar: exigente para las mujeres y permisivo para los hombres. Es así como somos, en la frase de Octavio Paz, “el pueblo de la mentira”: afirmamos vigorosamente, hasta peleamos por un ideal (por ejemplo, la “palabra de honor”) pero vivimos lo contrario, sin remordimiento de conciencia y hasta sin percatarnos de la contradicción lógica.
Desgraciadamente, muchas veces nuestro amor, nuestra fe y nuestro patriotismo son poco más que puros sentimientos, imaginarios, nominales, advenedizos. Prometemos, sin tener siquiera la fe de poder cumplir. Creemos con convicción, hasta fanáticamente, pero el fatalismo termina derrotando nuestra fe y sucumbimos a las reglas “de la vida” en lugar de acatar las de Dios. Juramos fidelidad, exigimos lealtad y proclamamos justicia, sin percatarnos que somos los primeros en violar esos principios toda vez que nos conviene. No es que seamos particularmente “malos”, engañosos, o peores que los de otras culturas. Hay entre nosotros, por supuesto, virtud, heroísmo, valor, por lo menos en cuanto a nuestras buenas intenciones. Admiramos la nobleza, aplaudimos la humildad y sentimos solidaridad por el desamparado. Trabajamos, la mayoría de nosotros, arduamente, nos esforzamos por hacer todo el bien que podemos. Nuestro problema creo yo que es estructural, por eso necesitamos encontrar una respuesta profunda y duradera al “porqué somos como somos.” Mi conclusión es que acariciamos patrones culturales que nos dañan desde la época de la Conquista, y que seguimos arrastrando de generación en generación. Esto se debe, fundamentalmente a varias causas: 1) nuestra ignorancia de la Palabra (por ser herederos de cuatro siglos de analfabetismo bíblico), 2) una religiosidad que promueve una indebida adhesión a la casi-divina figura de la Virgen, declarada nuestra “Señora”, “Madre de Dios”, co-rredentora y mediatriz de la gracia. Esa figura substituye al Padre (sanador de nuestra orfandad y fuente de nuestra adopción) y nos lega una idea mórbida del sexo y 3) como consecuencia de creer mentiras, carecemos del carácter necesario para hacer, entender y vivir el Pacto, (las reglas del juego que dicta Dios) y su consiguiente bendición. Por ignorar estas causas profundas de nuestro subdesarrollo, nos ha resultado fácil refugiarnos tras teorías “de dependencia” que nos eximen de toda responsabilidad. Muchos de nuestros líderes inculpan a otros, sobre todo a extranjeros: a los españoles, a los Yanquis, al Fondo Monetario Internacional, a la cultura global y las oligarquías criollas que les hacen el juego y se benefician de ello. Es que no podremos ser sociedades gobernadas por la ley cuando nosotros vivimos bajo la regla del impulso, la improvisación, la manipulación y el engaño. Todas nuestras instituciones, a partir de la familia, sufren a causa de estos fenómenos. Los efectos del abuso de autoridad y del engaño se hacen sentir en todos los niveles, causando desunión entre los líderes, envidia, celos, competencia y falta de respeto. Los machos, caciques, caudillos, “jefasos,” patrones e incluso muchos líderes religiosos, modelan y propagan la prepotencia y el aprovechamiento del poder para lucrar y para favorecer a unos pocos, en desmedro del bien común. Comentario basado en el libro Machismo y Matriarcado: Raíces Tóxicas que Marchitan la Cultura Latinoamericana, descargable AQUI
2 Comentarios
sonia marlene ferrer
11/1/2014 01:00:26 am
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jesus rey
3/31/2020 05:51:05 pm
un saludos desde Venezuela, quisiera comentar que desde unos años para acá tuve la misma teoría sobre el tema en común ya que estoy convencido que vivimos en un mundo machista y matriarcal... machista pero el machismo creado por la misma mujer ya que ella es y hasta los días de hoy ha sido la encargada de criar a los hijos tanto hembras como varones, queriendo que la hembra repita el mismo patrón o vida que ella vivió sumisa al varón y servicial, y en el varón una conducta de que debe dirigir y responsabilizarse de la familia pero al varón le ha costado mas hacer ese papel ya que si no ha visto a su padre haciendo ese papel difícilmente lo vaya a repetir y si añadimos que la madre sea una mujer que desprestigia y juzga a otras mujeres el de grande seguramente se va a sentir con el derecho de hacerlo (machismo) y MATRIARCAL ya que todos los hombres que conozco y que he conversado sobre el tema no ha habido ninguno que no coincida conmigo ya que al momento de tomar las decisiones durante toda su vida las toma en base a lo que diga alguna mujer de su entorno ya sea su mamá, su tía, su novia, esposa, prima, abuela, etc etc ect.
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José L. GonzálezFundador y presidente de Semilla. Ha dictado conferencias y enseñanzas en diversas universidades e institutos en América latina y los EE.UU y es además el primer egresado latinoamericano de la Regent University en Virginia, EE.UU. Archivo
Noviembre 2015
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